viernes, 26 de agosto de 2011

Repost: Reflexiones sobe la Marcha por la Paz


Este texto fue publicado originalmente el 10 de mayo de 2011 en mi Tumblr (por si gustan visitarlo). Me parece apropiado publicarlo aquí, considerando los eventos de ayer en Monterrey. Me interesan mucho sus comentarios y sugerencias.
Me uno al conjunto de personas que dan, sin que se les pida, su opinión sobre la #MarchaNacional del pasado 8 de mayo. Para eso es el Internet, ¿no?
Iniciaré admitiendo que no fui a la marcha, aunque, en retrospectiva, me hubiera gustado estar ahí. No fui porque me llena de indignación y de asco ver a un grupo de gandules rijosos aprovecharse del dolor de Javier Sicilia –y los otros miles de personas que han perdido a alguien por culpa del crimen organizado– sólo para promover su agenda política.
Por otro lado, me indigna ver el cinismo con el que muchos recibieron la marcha. “No proponen nada”, dijeron algunos. “Ahora resulta que un poeta es experto en seguridad”, dijeron otros. Los peores, descalificaron la marcha completa como un acarreo por parte de NO + SANGRE y asociados. Claro, no puede ser posible que miles de personas estén hartas de tanta violencia.
Así pues, por un lado tenemos al SME, Noroña y compañía exigiendo la renuncia del presidente, la salida del Ejército y el fin a “la guerra de Calderón”. Junto a estos personajes, están quienes proponen la legalización de (todos o algunos) estupefacientes como solución evidente al problema. “Quítales la fuente de dinero, gooey”, dicen. ¿De verdad creerán que, si el gobierno declara un cese al fuego unilateral, los criminales van a dejar de secuestrar, torturar y asesinar? ¿Serán tan ingenuos como para pensar que el Chapo y los Zetas se volverán contribuyentes fiscales respetuosos de la ley y dejarán de cobrar derechos de piso o rescates por secuestro?
Por el otro lado, tenemos gobernantes incapaces de aceptar el más mínimo error de su parte. Funcionarios públicos o destacados líderes partidistas que hacen oídos sordos a los gritos de dolor de cientos de miles de personas. Claro, a ellos no les han matado a un hijo, una madre, un hermano, una prima o un tío; nadie les cobra derecho de piso a cambio de “protección”, ni hay balaceras afuera de sus casas. Les resulta fácil pensar que la estrategia del Presidente está dando resultados porque ya “abatieron” (por las buenas o por las malas) a más de la mitad de los capos más importantes del país. ¿Y como a los cuántos abatimientos será que los criminales-no-tan-importantes van a dejar de secuestrar y asesinar impunemente? ¿En serio la estrategia es mostrarle a los criminales que, eventualmente los vamos a apresar/matar? ¿Creen que no lo saben ya, pero prefieren vivir dos o tres años con dinero y lujos a toda una vida en la miseria?
¿Y quién nos defiende a nosotros, los ciudadanos de a pie? ¿Quién vela por nuestros intereses? Nadie. Estamos solos. Siempre lo hemos estado. Y, claro, los ciudadanos, los “civiles”, culpamos a los “políticos”. Son ellos y sus ambiciones electoreras, propiciadas por instituciones políticas como la falta de re-elección o la prohibición de las candidaturas independientes –(a las que, por algún extraño motivo, en México nos da por llamar “candidaturas ciudadanas”). Los ciudadanos no tenemos ninguna culpa de lo que está pasando. No es como si financiáramos sus operaciones, ¿o sí? Ahora resulta que nadie compra droga en este país; que nadie, nunca jamás, compra fayuca o piratería.
Me parece que deberíamos preguntarnos cómo fue que permitimos que el país se nos saliera así de las manos. ¿A santo de qué llegamos a ser un país donde los cárteles ejecutan y entierran impunemente a miles de personas? ¿Cómo fue, en resumen, que el tejido social se descompuso a tal nivel? Y, peor aún, ¿por qué nadie hizo nada?
Temo que esta reflexión nos lleva a una conclusión muy poco agradable: en mayor o menor medida, todos somos culpables de esto. ¿Cuántas veces preferimos comprar películas de $15 (o tres por $50), en lugar de las originales? ¿Cuántas veces dimos dinero a los criminales a cambio de algunos gramos de droga? ¿Cuántas veces no miramos para el otro lado, ignorando el sufrimiento ajeno? ¿Cuántos narcocorridos cantamos y celebramos como “parte de nuestra cultura”? ¿Cuántos altares hicimos a Malverde? ¿Cuántas veces, en fin, toleramos (o incluso fomentamos) una situación de pobreza, corrupción e impunidad que llevó al baño de sangre que nos tiene de rodillas? ¿Cuántas veces nos sentamos a esperar la solución de papá Gobierno, sin preguntarnos qué podríamos hacer nosotros?
Y es verdaderamente entristecedor ver que casi nadie está dispuesto a asumir responsabilidades. El gobierno culpa a los criminales; la izquierda culpa a la derecha; la oposición culpa al gobierno; el partido en el poder culpa a los gobiernos anteriores; el gobierno federal denuncia la falta de compromiso de las autoridades estatales, quienes se declaran incompetentes (al menos, jurídicamente) para perseguir delitos federales; la sociedad civil culpa a los políticos… Todo es culpa de alguien más.
Y mientras repartimos culpas, apuntamos con el dedo, promovemos agendas políticas y exigimos la renuncia de García Luna, Calderón o Fernández Noroña; mientras hacemos todo eso, la sangre sigue corriendo. Seguimos sin tener la madurez y la capacidad autocrítica de callarnos, escuchar el dolor y enfrentar todos, políticos y ciudadanos, izquierdosos y derechosos, soñadores y tecnócratas, al crimen organizado y a las estructuras que le dan origen.
Y la sangre sigue corriendo. ¿Hasta cuándo?

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