miércoles, 3 de agosto de 2011

“Las víctimas de ayer”: perdón y reconciliación como política pública para abatir el ciclo de violencia.

Sin perdón no hay futuro
Desmond Tutu, Arzobispo emérito de Sudáfrica
Hoy quiero hablar sobre algo que ni el gobierno ni la sociedad parecemos dispuestos a hacer: perdonar. Para eso, retomaré un evento reciente y, partiendo de ahí, explicaré algo de lo que distintos investigadores han descubierto sobre el perdón y su relación con las políticas públicas.

El 29 de julio, el sacerdote y activista por los derechos de los migrantes, Alejandro Solalinde pidió perdón a los Zetas, por ser los primeros damnificados de una sociedad enferma y corrupta y de un gobierno corrupto y neoliberal. Los invitó a reconocerse como hijos de Dios, dejar las armas y reincorporarse a la sociedad. Como era de esperarse, el subsecretario de Población, migración y Asuntos Religiosos de la Secretaría de Gobernación, René Zenteno, salió (al día siguiente) a “reprobar” las declaraciones de Solalinde pues, según dijo, no hay cabida para el perdón de grupos delictivos, sino que es necesario presentarlos ante la justicia para que se aplique la ley y respondan por sus crímenes. Asimismo, el subsecretario expresó la preocupación del Gobierno Federal por afirmaciones que “hacen pasar a los criminales como víctimas”[i].




Solalinde se refiere a los Zetas como víctimas de una sociedad, un sistema político corrupto y un sistema económico perverso. Más allá de un uso equivocado (pero típico en la izquierda) del término “neoliberal”, hay algo innegable en su análisis: el sistema social, político y económico margina terriblemente a muchas personas. Las cifras presentadas por el CONEVAL hace unos días nos hablan de millones de personas en pobreza extrema y otros muchos millones en pobreza moderada (pobres, pero con cierto acceso a servicios). En total, son 52 millones de mexicanos en situación de pobreza extrema o moderada, más otros 39 millones en situación de vulnerabilidad por ingresos o por carencias sociales. 

Sin querer ahondar demasiado en la relación entre pobreza y proclividad a la violencia, basta con suponer (razonablemente) que una situación de pobreza o vulnerabilidad puede llevar muy rápidamente a guardar enojo y rencor contra el sistema social, político y económico que tiene en una situación tan evidentemente injusta a tantas personas. ¿Con una base tan amplia para la generación de enojos y rencores, realmente nos sorprende que la violencia se haya desatado con tanta facilidad? En cierta manera, Solalinde hace eco de la frase que mi padre acredita al sacerdote colombiano Leonel Narváez: “Los agresores de hoy son las víctimas de ayer”.



Considerando lo anterior, resultan terribles las declaraciones del subsecretario Zenteno. No sólo niega que una persona pueda ser agresor y víctima al mismo tiempo –negando, entonces, que existan ciclos de violencia como los vistos en Sicilia, los Balcanes o Medio Oriente (o en Acapulco, Tamaulipas, Monterrey…) – sino que afirma que no hay cabida para el perdón de grupos delictivos.

Hago aquí una breve pausa para aclarar que una cosa es perdonar, otra cosa es olvidar y otra es dar amnistía. El perdón, entonces, no niega la aplicación de la justicia. Danna North (1998) apunta que “lo que se anula con el perdón no es el crimen sino el efecto distorsionador de la relación con la víctima, de tal modo que ello no le siga perjudicando su autoestima”. Más aún, el proceso de perdonar al agresor suele tener como condición necesaria (aunque no suficiente) el conocimiento de la verdad Según refieren distintos terapeutas del perdón (psicólogos o psiquiatras que, en sus terapias, buscan que el paciente logre perdonar a su agresor), como el sacerdote colombiano Leonel Narváez (2003), un paso fundamental en el proceso del perdón es hacer memoria y contar la historia.

Ahora bien, en términos más de política pública “en grande”, ¿qué puede hacerse después de un fuerte conflicto violento en todo un país, como pueden una dictadura militar (como en Chile o Argentina), un genocidio (como en Rwanda) o una política de segregación y exclusión violenta (como el Appartheid en Sudáfrica)? ¿Qué hicieron en estos países para superar un trauma tan fuerte?

En Sudáfrica, Nelson Mandela formó la Truth and Reconciliation Commission, encabezada por el Arzobispo Desmond Tutu. La TRC ofrecía amnistía a quien confesara sus crímenes. Según refiere el mismo Tutu (1999), “pudimos haber tenido justicia, justicia retributiva, y una Sudáfrica yaciendo en cenizas –una victoria verdaderamente Pírrica, si alguna vez hubo una”. En Chile o Argentina, se otorgó una amnistía “en blanco”, sin condiciones: no había que confesar nada, no se investigaría a nadie. Digamos que fue un acuerdo para “pretender que nunca pasó”. En Rwanda, confesar los crímenes era motivo de fuertes reducciones a las penas judiciales de los agresores, según refieren Bole, Christiansen SJ y Hennemeyer (2004).

Desmond Tutu, por si no lo conocían
La amnistía condicional que ofreció el gobierno sudafricano permitió a blancos y negros en Sudáfrica construir una historia común, sobre la cual podrían edificar un futuro común. Ciertamente, pocas víctimas lograron perdonar sólo con escuchar el testimonio de los agresores; sin embargo, sí parece haber facilitado su proceso. En Chile y Argentina, al no tener una “verdad” sobre la ofensa, resulta más complicado lograr perdonarla. Ahora explicaré por qué:

Los terapeutas del perdón parecen estar de acuerdo en la relevancia de la empatía en el proceso de perdón y reconciliación. Según Donald W. Shriver Jr., sentir empatía hacia un enemigo es uno de los atributos más difíciles del perdón, específicamente porque el conflicto político se alimenta de la deshumanización. Basta recordar a los soldados estadounidenses refiriéndose a los japoneses como “monos” y los japoneses llamando “demonios” a los americanos. Según Olga Botcharova, la posibilidad de perdón surge de re-humanizar al enemigo, de identificarse con sus miedos y necesidades; es decir, de dejar de verlo simplemente como un enemigo y empezar a verlo como otro ser humano (1997).

Cuando el Padre Solalinde invita a los Zetas a reconocerse como hijos de Dios, nos invita a nosotros, también, a reconocerlos como tales, a reconocer su humanidad, a entender que no son unos animales asesinos, sino seres humanos que, a su vez, no reconocen la humanidad en el otro. Solalinde, en pocas palabras, expresa su empatía hacia los Zetas y, aunque sea implícitamente, nos invita a hacer lo mismo. La empatía no exime de un juicio moral. Ni Solalinde ni yo (ni nadie, creo) estamos diciendo que los Zetas no están haciendo el mal. Justo por eso, los invita a dejar las armas, re-conocerse como iguales a sus víctimas y reincorporarse a la sociedad. Implícitamente, su discurso nos lleva a re-conocer a los Zetas como iguales a sus víctimas (y a nosotros) para, de esta manera, sentir empatía hacia ellos y, finalmente, perdonarlos.

Quiero resaltar aunque el perdón se da al agresor, a quien más beneficia es a la víctima, pues le permite dejar de re-vivir la agresión (y el enojo que la acompaña) y, así, dejar el rencor detrás. Solo cuando el objetivo es reconstruir la relación (reconciliación), el perdón es relevante para el agresor. En este sentido, el perdón es una herramienta particularmente útil para romper el ciclo de violencia[ii].

Queda por resolver si es posible incorporar el perdón a la política y a las políticas públicas. Ciertamente, esfuerzos como las Comisiones de Reconciliación en distintos países (Sudáfrica, como ya vimos, es el ejemplo más destacado) han logrado favorecer climas de perdón en el país. Sin embargo, el perdón es y será siempre una decisión personal y no puede ser impuesto desde fuera. Sólo puede perdonar quien quiere hacerlo. ¿Qué puede hacer, entonces, un gobierno?

Antes, un breve paréntesis:

Según Everett L. Worthington Jr. (2001), terapeuta del perdón especializado en parejas, el perdón va más allá de lo que él llama el no-perdón (unforgiveness). El no-perdón es un complejo emocional frío, que consiste en resentimiento, amargura, odio, hostilidad, ira residual y miedo. El no-perdón no es el enojo o el miedo que viene inmediatamente después de la agresión, sino que ocurre cuando la gente rumia la ofensa, cuando le “siguen dando vueltas”. Por su parte, el perdón (forgiveness) es una yuxtaposición (o superposición) de emociones positivas fuertes sobre las emociones frías del no-perdón. Estas emociones positivas pueden ser la empatía hacia el agresor, compasión, amor, humildad para reconocer la propia culpa (recuerden que es terapeuta de parejas).

Ahora bien, para promover el perdón y la reconciliación, Worthington Jr., luego de mucha experimentación empírica, llegó a un modelo que él llama Modelo Piramidal REACH, que consiste en:

  • Recordar una ofensa real o simbólica
  • Sentir Empatía hacia quienes los hirieron y luego recordar que ellos también han ofendido a otras personas.
  • Dar el regalo Altruista del perdón.
  • Comprometerse a perdonar
  • Desarrollar maneras de aferrarse (Hold onto) al perdón en tiempos de duda.

Ahora sí, volvamos a la pregunta ¿Qué puede hacer el Estado?

La respuesta resulta relativamente obvia: el gobierno puede (y algunos diríamos que debe) proveer condiciones que faciliten el perdón (o al menos, fomenten la reducción del no-perdón). En esta última parte de esta entrada, trataré brevemente algunas propuestas, basadas en algunas experiencias internacionales. Procuraré no ahondar demasiado en ellas, para mantener una longitud adecuada para el blog:

Worthington Jr. Señala que en un nivel social o interpersonal existen distintas maneras de reducir el no-perdón. Entre ellas, están la justicia civil; la restitución personal; actos del agresor como admitir que hizo mal, disculparse (expresar sinceramente arrepentimiento y contrición), pedir perdón; actos públicos en los que se confiese la culpa, se pida perdón y/o se haga una restitución; cesar las hostilidades; hacer concesiones y llegar a algún compromiso; negociar acuerdos; construir normas sobre las que se esté de acuerdo; leyes justas, y estructuras sociales justas. Notarán que algunas atienden la justicia; otras, la resolución de conflicto, y otras más, la justicia social.

Si partimos del hecho que en una sociedad hay cientos de miles (quizá, incluso, millones) de puntos de vista distintos, una primera estrategia, según Worthignton Jr., es utilizar una multiplicidad de métodos. Idealmente, debe existir una estrategia más amplia que promueva la reconciliación. (2) El énfasis no debe estar en “arreglar” situaciones aisladas o particulares, sino en reconciliar la relación entre agresores y víctimas. (3) Utilizar héroes para relatar (y dar forma a) la historia. Por ejemplo, en Sudáfrica, las historias de Mandela y Tutu o, en EUA, la de Martin Luther King Jr. Sin embargo, (4) hay que tener cuidado al hablar de perdón. Simplemente pedir a las víctimas que perdonen, así sin más, puede tener consecuencias contrarias al objetivo de la estrategia (que sería reconciliar las relaciones). En todo esto, (5) es fundamental el trabajo de los medios de comunicación para que el público se enfoque en las metas de la estrategia, y (6) para que la sociedad se enfoque en lo positivo (dejando a un lado a los “hotheads” que seguirán promoviendo la violencia y el odio).

Por otro lado, Donna Hicks quien investiga en Harvard la resolución de conflictos internacionales propone que el tercer actor, que sirve de mediador en los esfuerzos para lograr la reconciliación entre distintas comunidades, no debe ser imparcial, aunque tampoco debe juzgar, sino mostrar compasión hacia todos los actores, reconociendo siempre el sufrimiento y las violaciones a la dignidad de las víctimas (2001).

En fin, me parece que el tema del perdón y reconciliación merece la atención de quienes hacen política pública en México. Más allá de las (como vimos) terriblemente equivocadas ideas que tiene un subsecretario de estado sobre el perdón, creo que hay que empezar a pensar en cómo romper el ciclo de violencia en el que estamos atrapados y cómo re-construir lo que luego nos da por llamar el “tejido social”; es decir, cómo reparar las relaciones entre personas que, sea adrede o no, al día de hoy están atacándose y dañándose. No está de más pensar que, cuando por fin haya paz en el país, habrá millones de personas que habrán sido afectadas por la violencia (ya sea por un familiar que perdieron, por una vejación que sufrieron, por dinero que perdieron, etcétera) y, por tanto, con una herida emocional que podría llevar a un renacimiento de la violencia. 

¿Qué hará el gobierno en turno con los millones de víctimas? ¿Cómo evitará que busquen justicia por su propia mano o que se “desquiten” con otras personas? En estas líneas he propuesto que el estado debe ayudar a quienes así lo quieran a perdonar y, sobre todo, debe fomentar la reconciliación en la sociedad. En otros posts elaboraré propuestas más concretas y presentaré más evidencia a favor de las políticas públicas que promueven el perdón y la reconciliación.

Bibliografía
  • North, J, ‘The ideal of forgiveness: a philosopher’s exploration’, en Enright and North (eds.) Exploring forgiveness, Madison, University of Wisconsin Press, 1998.
  • Narváez Gómez, Leonel, IMC Elementos básicos de la teoría del Perdón y la Reconciliación. Disponible en línea en http://sedosmission.org/old/spa/gomez.htm#_edn32
  • Tutu, Desmond, No future without forgiveness, New York: Doubleday, 1999, citado en Bole et al (2004).
  • Bole, William; Christiansen SJ, Drew y Hennemeyer, Robert T., Forgiveness in international politics… an alternative road to peace, Washington DC, United States Conference of Catholic Bishops, 2004.
  • Botcharova, Olga. en el Woodstock Colloquim Forgiveness in Conflict Resolution: Reality and Utility –The Bosnian Experience (24 de octubre, 1997), Washington, DC: Woodstock Theological Center, n. d.
  • Worthington Jr., Everett L, ‘Unforgiveness, Forgiveness, & Reconciliation’, en Helmick SJ, Raymond G. y Petersen, Rodney L. (eds.) Forgiveness and Reconciliation: Religion, Public Policy and Conflict Transformation, Pennsylvania: Templeton Foundation Press, 2001.
  • Hicks, Donna ‘The Role of Identity Reconstruction in Promoting Reconciliation’, en Helmick SJ, Raymond G. y Petersen, Rodney L. (eds.) Forgiveness and Reconciliation: Religion, Public Policy and Conflict Transformation, Pennsylvania: Templeton Foundation Press, 2001.
  • Shriver Jr., Donald W. ‘Forgiveness: A Bridge Across Abysses of Revenge’, en Helmick SJ, Raymond G. y Petersen, Rodney L. (eds.) Forgiveness and Reconciliation: Religion, Public Policy and Conflict Transformation, Pennsylvania: Templeton Foundation Press, 2001.




[i] El Universal, 30 de julio de 2011. http://www.eluniversal.com.mx/notas/782588.html
[ii] Quienes estén familiarizados con el trabajo de Robert Axelrod y la evolución de la cooperación no dejarán de notar la relación entre este tema y los problemas de estrategias como Tit for Tat cuando se introducen errores.

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